lunes, 27 de diciembre de 2010

Las Alas del Deseo III. - Cuando el Niño era Niño...







..."Dos cosas más aprendimos en la lluvia: cualquier sed tiene derecho cuando menos a una naranja grande y toda tristeza a una mañana de circo, para que la vida sea, alguna vez, como una flor o una canción".

Mario Payeras





Cuando el niño era niño
las manzanas y el pan le bastaban de alimento,
y todavía es así.
Cuando el niño era niño,
las bayas le caían en la mano
sólo como caen las bayas,
y ahora todavía.
Las nueces frescas le ponían áspera la lengua,
y ahora todavía.
Encima de cada montaña
tenía el anhelo de una montaña más alta
y en cada ciudad
el anhelo de una ciudad más grande,
y siempre es así todavía.
En la copa del árbol
tiraba de las cerezas con igual deleite
como hoy todavía.
Se asustaba de los extraños
y todavía se asusta;
esperaba las primeras nieves,
y todavía las espera.

Cuando el niño era niño,
lanzó un palo como una lanza contra un árbol,
y hoy vibra ahí todavía.



domingo, 26 de diciembre de 2010

Sumas













Creo que esta noche hay luna nueva: ninguna noche más serena, ninguna sangre correrá en toda la ciudad. Nunca he jugado con alguien y sin embargo nunca he abierto los ojos y he pensado: ahora va en serio. Ahora al fin irá en serio. Así han ido pasando mis años¿Sólo yo era tan poco seria? ¿Eran tan poco serios los tiempos? Nunca fui solitaria, ni cuando estaba sola ni con otros. Pero me habría gustado al fin ser solitaria. Soledad quiere decir: al fin estoy entera. Ahora puedo decirlo porque al fin esta noche soy solitaria. Marion.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Las Alas del Deseo II - Marion.




No podría decir quién soy. No tengo la menor idea. Soy alguien sin orígenes, sin historia, sin país; y me gusta así. Aquí estoy, libre. Puedo imaginármelo todo. Todo es posible.

Basta que alce la mirada y vuelvo a hacer el mundo. Ahora en este sitio, un sentimiento de felicidad que podría tener siempre. " Marion.







Marion a Daniel




-Algún día tiene que ir en serio. He estado muy sola, pero nunca he vivido sola. Cuando estaba con alguien solía estar contenta, pero al mismo tiempo todo me parecía casual. Estas personas eran mis padres pero podrían haber sido otros. ¿Por qué mi hermano era el de los ojos marrones y no el de los ojos verdes, del andén de enfrente. La hija del taxista era mi amiga, pero igual podría haber rodeado con mi brazo el cuello de un caballo. Estaba con un hombre, estaba enamorada y lo mismo podría haberlo dejado plantado y haber seguido al extraño que nos cruzamos en la calle.

Mírame o no me mires. Dame la mano o no me la des. No, no me des la mano y aparta tu mirada de mí.

Creo que esta noche hay luna nueva: ninguna noche más serena, ninguna sangre correrá en toda la ciudad. Nunca he jugado con alguien y sin embargo nunca he abierto los ojos y he pensado: ahora va en serio. Ahora al fin irá en serio. Así han ido pasando mis años¿Sólo yo era tan poco seria? ¿Eran tan poco serios los tiempos? Nunca fui solitaria, ni cuando estaba sola ni con otros. Pero me habría gustado al fin ser solitaria. Soledad quiere decir: al fin estoy entera. Ahora puedo decirlo porque al fin esta noche soy solitaria.

Hay que acabar con el azar. Luna nueva de la decisión. No sé si hay un destino, pero hay una decisión: decídete. Ahora nosotros somos el tiempo. No sólo la ciudad entera, el mundo entero toma parte ahora mismo en nuestra decisión. Ahora los dos somos más que sólo dos. Nosotros encarnamos algo. Estamos sentados en la plaza del pueblo y toda la plaza está llena de gente que anhela lo mismo que nosotros. Nosotros decidimos el juego por todos. Estoy lista, ahora es tu turno. Tienes el juego en tus manos. Ahora o nunca. Me necesitas y me necesitarás. No hay historia mayor que la nuestra, la del hombre y la mujer. Será una historia de gigantes, invisibles, transmisibles, una historia de nuevos ancestros. Mira mis ojos, son la imagen de la necesidad, del futuro de todos en la plaza.
Anoche soñé con un desconocido, con mi hombre. Sólo con él podía ser solitaria. Abrirme a él, toda abierta, toda para él, acogiéndolo entero como un todo dentro de mí, rodeándole con el laberinto de la dicha común. Lo sé eres tú.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Las Alas del Deseo. P.Handke.







Las Alas del Deseo
Der Himmel uber Berlín







Cuando el niño era niño
andaba con los brazos colgando,
quería que el arroyo fuera un río,
que el río fuera un torrente
y que este charco fuera el mar.

Cuando el niño era niño
no sabía que era niño
para él todo estaba animado,
y todas las almas eran una.

Cuando el niño era niño
no tenía opinión sobre nada,
no tenía ninguna costumbre
se sentaba en cuclillas,
tenía un remolino en el cabello
y no ponía caras cuando lo fotografiaban.

Cuando el niño era niño
era el tiempo de preguntas como:
¿Por qué estoy aquí?
¿Por qué no allí?
¿Cuando empezó el tiempo y dónde termina el espacio?
¿Acaso la vida bajo el sol no es sólo un sueño?
Lo que veo oigo y huelo,
¿no es sólo la apariencia de un mundo ante el mundo?
¿Existe de verdad el mal
y gente que en verdad son los malos?
¿Cómo puede ser que yo, el que yo soy,
no fuera antes de devenir; y que un día yo,
el que yo soy, no seré más ese que soy?



Diálogo entre Daniel y Cassiel (ángeles)

Daniel: -¿Y bien?

Cassiel: -Hace veinte años se estrelló un caza soviético cerca de Spandau, en el lago Stossen. Hace cincuenta años…

D.: -Fue la Olimpíada.

C.: -Hace doscientos años Blanchard voló sobre la ciudad en un globo aerostático.

D.: -Como los refugiados del otro día. Y hoy, en el lago Lilienthal, alguien ha aminorado el paso y ha mirado a sus espaldas, en el vacío…

En Correos alguien quería acabar para siempre, pegó sellos especiales en sus cartas de despedida, uno en cada una; y luego en Mariannenplazt habló con un soldado americano en inglés, por vez primera desde el colegio y, además, con soltura.

En Plotzenzee un preso antes de tirarse de cabeza contra el muro dijo «ahora».

En el metro zoo, el conductor en lugar del nombre de la estación, gritó de pronto «¡Tierra del fuego!»…

D.: -¡Qué bonito!

C.: -En Renbergen un anciano leía La Odisea a un niño y el pequeño oyente había dejado de parpadear…

Y tu, ¿tienes algo para contar?

D.: -Un transeúnte que cerró el paraguas en medio de la lluvia y se dejó calar…

Un colegial que describía a su profesor cómo crece el helecho de la tierra y sorprendió al profesor.

Un ciego que palpó su reloj al sentir mi presencia.

Es maravilloso vivir sólo en espíritu, día a día para la eternidad, atestiguar sólo lo espiritual de la gente. Pero a veces me hastía mi presencia de espíritu. Y ya no quisiera ese flotar eterno, quisiera sentir un peso que anulara en mí lo ilimitado y me atara a la tierra. Poder, a cada paso, a cada golpe de viento, decir «ahora» y «ahora» y «ahora»… Y ya no más «desde siempre» y «para siempre». Tomar el asiento libre de un partido de cartas, ser saludado aunque sea sólo con un gesto.

Siempre que hemos participado ha sido sólo en apariencia: nos hemos dejado dislocar la cadera en peleas nocturnas, en apariencia. Hemos capturado un pez, en apariencia. Nos hemos sentado a las mesas, hemos comido y hemos bebido, en apariencia. Nos hicimos asar corderos y servir vino allá en las tiendas, sólo en apariencia. No pido engendrar un niño o plantar un árbol, pero ya sería algo, de vuelta a casa tras un largo día, dar de comer al gato como Philip Marlowe. Tener fiebre, tener los dedos negros de leer el periódico. Fascinarme no sólo por el espíritu, si no, al fin, por una comida, por la curva de una nuca, por una oreja.

¡Mentir como respirar! Sentir que al andar, tu esqueleto anda contigo. Intuír, por fin, en vez de saberlo todo. Poder decir «Ay» y «Ts» y «Ah» y «Aj», en vez de «Si» y «Amén».

Sentir al fin lo que es quitarse los zapatos debajo de la mesa y estirar los dedos de los pies así descalzo.

C.: ¡Quedarse solo! ¡Dejar que las cosas ocurran! ¡Permanecer serios! Sólo podemos ser salvajes mientras permanezcamos serios. ¡No hacer otra cosa que mirar, recolectar, testimoniar, preservar! ¡Permanecer espíritu! ¡Mantener la distancia! ¡Mantener la palabra!

jueves, 25 de noviembre de 2010

" En la tienda de la florista". Jacques Prevert.






Un hombre entra en la tienda de la florista
y elige flores
la florista envuelve las flores
el hombre se lleva la mano al bolsillo
para buscar el dinero
el dinero para pagar las flores
pero al mismo tiempo
se lleva súbitamente la mano al corazón
y cae


Al mismo tiempo que cae
el dinero rueda por el suelo
y también las flores caen
al mismo tiempo que el hombre
al mismo tiempo que el dinero
y la florista se queda allí
ante el dinero que rueda
ante las flores que se marchitan
ante el hombre que se muere

sin duda todo es muy triste
es necesario que la florista
haga algo
pero no sabe qué hacer
no sabe
por dónde empezar

Hay tantas cosas por hacer
con ese hombre que se muere
esas flores que se marchitan
y ese dinero
ese dinero que rueda
que no deja de rodar.

De "La pluie et le beau temps", de Jacques Prévert
Versión de César Rojas


Ilustraciones de Isol.

jueves, 11 de noviembre de 2010

"Estafador del dolor" Gastón Led.











Como un desposeído, imprudente voy

resignando toda cuestión, sin coartada,

naufragando bajo una huracanada tormenta.



Un agnóstico, sin moral, ni fe,

presumiendo la seguridad

de poder beber la arena del desierto.



Temeroso, vaticino un día

a la luna, clarificando en mi camino

una terrible oscuridad.



Sentándome en el banquillo de acusados,

culpándome de mi propia hipocresía,

atestiguando mi desaprovecho.



¿Quién va a acunarte a ti,

el día que el tiempo

detenga la ventajosa posibilidad

que dan las horas al pasar

el título de experiencia,

y a cada nueva incógnita

hambrienta de vida

la necesidad de respuestas?



¿Quién te protegerá,

cuando no queden palabras de amor

ni agradecimiento para aquellos

que estuvieron antes ahí?



El "yo" se convierte en fantasma.

La evasión se desangra.

La realidad sucumbe tu última mirada.

Gastón Led.

martes, 9 de noviembre de 2010

Conversar...
















Conversaciones



Las conversaciones son una danza entre el hablar y el escuchar,
y el escuchar y el hablar.

“Toda conversación es una danza
entre lenguaje y emocionalidad”.


Humberto Maturana




Las conversaciones constituyen las relaciones.

Una organización, una comunidad, un grupo... son unidades construídas a partir

de una inmensa red de conversaciones.
Vivimos en esa red.




Tipos de Conversaciones


.... las interacciones lingüísticas...


Nuestras relaciones se crean a partir de nuestras conversaciones.


Nuestras conversaciones generan el contexto en el que se desarrollan las relaciones.



Nuestra habilidad para relacionarnos es proporcional a nuestra capacidad para abrir y diseñar conversaciones que nos permitan coordinar acciones con otros.


Si por alguna razón, la conversación se interrumpe o termina, la relación también se interrumpe o termina. Las relaciones se sostienen a través de conversaciones continuas.
Para saber que tipo de relación tienen dos personas, basta con observar sus conversaciones.




1- Sobre Juicios Personales



Son las conversaciones internas, de nosotros con nosotros mismos.



Son aquellas que nos llevan a enjuiciar, buscar explicaciones, justificaciones y a psicologizar.
Según el tipo de conversaciones internas que tengamos, es el tipo de acción que ejecutaremos.


Son las que nos permiten llevar a cabo nuestro accionar.
Nos permiten generar y ejecutar acciones.
Con estas conversaciones modificamos el estado actual de las situaciones y creamos futuro.
Pedidos, Ofertas y Promesas.



2- Para la
Coordinación de Acciones



Están orientadas a la especulación sobre nuevas acciones y la exploración de nuevos horizontes.
El objetivo de estas conversaciones es construir nuevas historias que nos permitan encontrar diferentes maneras de cambiar el curso actual de los acontecimientos.


3- Para

posibles Acciones



Son las que ocurren cuando no sabemos que acción tomar ante determinadas situaciones.



4- Para posibles Conversaciones



Son aquellas necesarias cuando estimamos que no podremos sostener el rumbo deseado o el resultado esperado.
Es cuando no podemos tener una conversación abierta con alguien.

Cuando aún no podemos tener la conversación sobre el “hecho” que nos concierne, es necesario tener una “conversación previa” para crear el estado de ánimo adecuado.


Referencias: Ontologia del lenguaje.











miércoles, 3 de noviembre de 2010

Suma













Nadie podrá montársenos encima si no encorvamos la espalda. Martin Luther king

miércoles, 20 de octubre de 2010

Elige tu día






Elige el signo y el dia para tu dia.

El dia es divino.
La primera cosa que ves:


Una inmensa y radiante playa en una bonita y adornada luna.
Parejas desnudas corren por sus tranquilos lados y reimos como dulces
locos niños

... inmersos en la lana confusa de la mente infantil.
La musica y las voces giran a nuestro alrededor...entra otra vez en el dulce bosque. Entra en el calido sueño. Ven con nosotros..." Jim M.


Un Caos Lucido









Un caos lúcido (Roberto Juarroz)



Un caos lúcido, un caos de ventanas abiertas.
Una confusión de vértigos claros donde la incandescencia se construye

con el movimiento total de la ruptura...

...Porque el caos es la tregua de la nada, la lucidez sin compromiso,
la intersección aguda de un espacio sin interés por los objetos y de un tiempo pensante. "


martes, 28 de septiembre de 2010

The Happy Prince / O. Wilde








The Happy Prince Oscar Wilde




High above the city, on a tall column, stood the statue of the Happy Prince. He was gilded all over with thin leaves of fine gold, for eyes he had two bright sapphires, and a large red ruby glowed on his sword-hilt.




HIGH above the city, on a tall column, stood the statue of the Happy Prince. He was gilded all over with thin leaves of fine gold, for eyes he had two bright sapphires, and a large red ruby glowed on his sword-hilt.



He was very much admired indeed. ‘He is as beautiful as a weathercock,’ remarked one of the Town Councillors who wished to gain a reputation for having artistic tastes; ‘only not quite so useful,’ he added, fearing lest people should think him unpractical, which he really was not.
‘Why can’t you be like the Happy Prince?’ asked a sensible mother of her little boy who was crying for the moon. ‘The Happy Prince never dreams of crying for anything.’



‘I am glad there is some one in the world who is quite happy,’ muttered a disappointed man as he gazed at the wonderful statue.
‘He looks just like an angel,’ said the Charity Children as they came out of the cathedral in their bright scarlet cloaks, and their clean white pinafores.
‘How do you know?’ said the Mathematical Master, ‘you have never seen one.’
‘Ah! but we have, in our dreams,’ answered the children; and the Mathematical Master frowned and looked very severe, for he did not approve of children dreaming.


One night there flew over the city a little Swallow. His friends had gone away to Egypt six weeks before, but he had stayed behind, for he was in love with the most beautiful Reed. He had met her early in the spring as he was flying down the river after a big yellow moth, and had been so attracted by her slender waist that he had stopped to talk to her.
‘Shall I love you?’ said the Swallow, who liked to come to the point at once, and the Reed made him a low bow. So he flew round and round her, touching the water with his wings, and making silver ripples. This was his courtship, and it lasted all through the summer.
‘It is a ridiculous attachment,’ twittered the other Swallows, ‘she has no money, and far too many relations;’ and indeed the river was quite full of Reeds. Then, when the autumn came, they all flew away.



After they had gone he felt lonely, and began to tire of his lady-love. ‘She has no conversation,’ he said, ‘and I am afraid that she is a coquette, for she is always flirting with the wind.’ And certainly, whenever the wind blew, the Reed made the most graceful curtsies. ‘I admit that she is domestic,’ he continued, ‘but I love travelling, and my wife, consequently, should love travelling also.’
‘Will you come away with me?’ he said finally to her; but the Reed shook her head, she was so attached to her home.
‘You have been trifling with me,’ he cried, ‘I am off to the Pyramids. Good-bye!’ and he flew away.


All day long he flew, and at night-time he arrived at the city. ‘Where shall I put up?’ he said; ‘I hope the town has made preparations.’
Then he saw the statue on the tall column. ‘I will put up there,’ he cried; ‘it is a fine position with plenty of fresh air.’ So he alighted just between the feet of the Happy Prince.



‘I have a golden bedroom,’ he said softly to himself as he looked round, and he prepared to go to sleep; but just as he was putting his head under his wing a large drop of water fell on him. ‘What a curious thing!’ he cried, ‘there is not a single cloud in the sky, the stars are quite clear and bright, and yet it is raining. The climate in the north of Europe is really dreadful. The Reed used to like the rain, but that was merely her selfishness.’
Then another drop fell.



‘What is the use of a statue if it cannot keep the rain off?’ he said; ‘I must look for a good chimney-pot,’ and he determined to fly away.
But before he had opened his wings, a third drop fell, and he looked up, and saw - Ah! what did he see?



The eyes of the Happy Prince were filled with tears, and tears were running down his golden cheeks. His face was so beautiful in the moonlight that the little Swallow was filled with pity.


‘Who are you?’ he said.
‘I am the Happy Prince.’
‘Why are you weeping then?’ asked the Swallow; ‘you have quite drenched me.’
‘When I was alive and had a human heart,’ answered the statue, ‘I did not know what tears were, for I lived in the palace of Sans-Souci, where sorrow is not allowed to enter. In the daytime I played with my companions in the garden, and in the evening I led the dance in the Great Hall. Round the garden ran a very lofty wall, but I never cared to ask what lay beyond it, everything about me was so beautiful. My courtiers called me the Happy Prince, and happy indeed I was, if pleasure be happiness. So I lived, and so I died. And now that I am dead they have set me up here so high that I can see all the ugliness and all the misery of my city, and though my heart is made of lead yet I cannot choose but weep.’



‘What, is he not solid gold?’ said the Swallow to himself. He was too polite to make any personal remarks out loud.


‘Far away,’ continued the statue in a low musical voice, ‘far away in a little street there is a poor house. One of the windows is open, and through it I can see a woman seated at a table. Her face is thin and worn, and she has coarse, red hands, all pricked by the needle, for she is a seamstress. She is embroidering passion-flowers on a satin gown for the loveliest of the Queen’s maids-of-honour to wear at the next Court-ball. In a bed in the corner of the room her little boy is lying ill. He has a fever, and is asking for oranges. His mother has nothing to give him but river water, so he is crying. Swallow, Swallow, little Swallow, will you not bring her the ruby out of my sword-hilt? My feet are fastened to this pedestal and I cannot move.’


‘I am waited for in Egypt,’ said the Swallow. ‘My friends are flying up and down the Nile, and talking to the large lotus-flowers. Soon they will go to sleep in the tomb of the great King. The King is there himself in his painted coffin. He is wrapped in yellow linen, and embalmed with spices. Round his neck is a chain of pale green jade, and his hands are like withered leaves.’


‘Swallow, Swallow, little Swallow,’ said the Prince, ‘will you not stay with me for one night, and be my messenger? The boy is so thirsty, and the mother so sad.’



‘I don’t think I like boys,’ answered the Swallow. ‘Last summer, when I was staying on the river, there were two rude boys, the miller’s sons, who were always throwing stones at me. They never hit me, of course; we swallows fly far too well for that, and besides, I come of a family famous for its agility; but still, it was a mark of disrespect.’
But the Happy Prince looked so sad that the little Swallow was sorry. ‘It is very cold here,’ he said; ‘but I will stay with you for one night, and be your messenger.’
‘Thank you, little Swallow,’ said the Prince.


So the Swallow picked out the great ruby from the Prince’s sword, and flew away with it in his beak over the roofs of the town.
He passed by the cathedral tower, where the white marble angels were sculptured. He passed by the palace and heard the sound of dancing. A beautiful girl came out on the balcony with her lover. ‘How wonderful the stars are,’ he said to her, and how wonderful is the power of love!’
‘I hope my dress will be ready in time for the State-ball,’ she answered; ‘I have ordered passion-flowers to be embroidered on it; but the seamstresses are so lazy.’
He passed over the river, and saw the lanterns hanging to the masts of the ships. He passed over the Ghetto, and saw the old jews bargaining with each other, and weighing out money in copper scales. At last he came to the poor house and looked in. The boy was tossing feverishly on his bed, and the mother had fallen asleep, she was so tired. In he hopped, and laid the great ruby on the table beside the woman’s thimble. Then he flew gently round the bed, fanning the boy’s forehead with his wings. ‘How cool I feel,’ said the boy, ‘I must be getting better;’ and he sank into a delicious slumber.



Then the Swallow flew back to the Happy Prince, and told him what he had done. ‘It is curious,’ he remarked, ‘but I feel quite warm now, although it is so cold.’
‘That is because you have done a good action,’ said the Prince. And the little Swallow began to think, and then he fell asleep. Thinking always made him sleepy.



When day broke he flew down to the river and had a bath. ‘What a remarkable phenomenon,’ said the Professor of Ornithology as he was passing over the bridge. ‘A swallow in winter!’ And he wrote a long letter about it to the local newspaper. Every one quoted it, it was full of so many words that they could not understand.


‘To-night I go to Egypt,’ said the Swallow, and he was in high spirits at the prospect. He visited all the public monuments, and sat a long time on top of the church steeple. Wherever he went the Sparrows chirruped, and said to each other, ‘What a distinguished stranger!’ so he enjoyed himself very much.
When the moon rose he flew back to the Happy Prince. ‘Have you any commissions for Egypt?’ he cried; ‘I am just starting.’
‘Swallow, Swallow, little Swallow,’ said the Prince, ‘will you not stay with me one night longer?’
‘I am waited for in Egypt,’ answered the Swallow. ‘To-morrow my friends will fly up to the Second Cataract. The river-horse couches there among the bulrushes, and on a great granite throne sits the God Memnon. All night long he watches the stars, and when the morning star shines he utters one cry of joy, and then he is silent. At noon the yellow lions come down to the water’s edge to drink. They have eyes like green beryls, and their roar is louder than the roar of the cataract.’
‘Swallow, Swallow, little Swallow,’ said the prince, ‘far away across the city I see a young man in a garret. He is leaning over a desk covered with papers, and in a tumbler by his side there is a bunch of withered violets. His hair is brown and crisp, and his lips are red as a pomegranate, and he has large and dreamy eyes. He is trying to finish a play for the Director of the Theatre, but he is too cold to write any more. There is no fire in the grate, and hunger has made him faint.’
‘I will wait with you one night longer,’ said the Swallow, who really had a good heart. ‘Shall I take him another ruby?’
‘Alas! I have no ruby now,’ said the Prince; ‘my eyes are all that I have left. They are made of rare sapphires, which were brought out of India a thousand years ago. Pluck out one of them and take it to him. He will sell it to the jeweller, and buy food and firewood, and finish his play.’
‘Dear Prince,’ said the Swallow, ‘I cannot do that;’ and he began to weep.
‘Swallow, Swallow, little Swallow,’ said the Prince, ‘do as I command you.’
So the Swallow plucked out the Prince’s eye, and flew away to the student’s garret. It was easy enough to get in, as there was a hole in the roof. Through this he darted, and came into the room. The young man had his head buried in his hands, so he did not hear the flutter of the bird’s wings, and when he looked up he found the beautiful sapphire lying on the withered violets.
‘I am beginning to be appreciated,’ he cried; ‘this is from some great admirer. Now I can finish my play,’ and he looked quite happy.
The next day the Swallow flew down to the harbour. He sat on the mast of a large vessel and watched the sailors hauling big chests out of the hold with ropes. ‘Heave a-hoy!’ they shouted as each chest came up. ‘I am going to Egypt!’ cried the Swallow, but nobody minded, and when the moon rose he flew back to the Happy Prince.



‘I am come to bid you good-bye,’ he cried.
‘Swallow, Swallow, little Swallow,’ said the Prince, ‘will you not stay with me one night longer?’



‘It is winter,’ answered the Swallow, ‘and the chill snow will soon be here. In Egypt the sun is warm on the green palm-trees, and the crocodiles lie in the mud and look lazily about them. My companions are building a nest in the Temple of Baalbec, and the pink and white doves are watching them, and cooing to each other. Dear Prince, I must leave you, but I will never forget you, and next spring I will bring you back two beautiful jewels in place of those you have given away. The ruby shall be redder than a red rose, and the sapphire shall be as blue as the great sea.’
‘In the


square below,’ said the Happy Prince, ‘there stands a little match-girl. She has let her matches fall in the gutter, and they are all spoiled. Her father will beat her if she does not bring home some money, and she is crying. She has no shoes or stockings, and her little head is bare. Pluck out my other eye, and give it to her, and her father will not beat her.’


‘I will stay with you one night longer,’ said the Swallow, ‘but I cannot pluck out your eye. You would be quite blind then.’
‘Swallow, Swallow, little Swallow,’ said the Prince, ‘do as I command you.’



So he plucked out the Prince’s other eye, and darted down with it. He swooped past the match-girl, and slipped the jewel into the palm of her hand. ‘What a lovely bit of glass,’ cried the little girl; and she ran home, laughing.
Then the Swallow came back to the Prince. ‘You are blind now,’ he said, ‘so I will stay with you always.’
‘No, little Swallow,’ said the poor Prince, ‘you must go away to Egypt.’
‘I will stay with you always,’ said the Swallow, and he slept at the Prince’s feet.


All the next day he sat on the Prince’s shoulder, and told him stories of what he had seen in strange lands. He told him of the red ibises, who stand in long rows on the banks of the Nile, and catch gold fish in their beaks; of the Sphinx, who is as old as the world itself and lives in the desert, and knows everything; of the merchants, who walk slowly by the side of their camels, and carry amber beads in their hands; of the King of the Mountains of the Moon, who is as black as ebony, and worships a large crystal; of the great green snake that sleeps in a palm-tree, and has twenty priests to feed it with honey-cakes; and of the pygmies who sail over a big lake on large flat leaves, and are always at war with the butterflies.



‘Dear little Swallow,’ said the Prince, ‘you tell me of marvellous things, but more marvellous than anything is the suffering of men and of women. There is no Mystery so great as Misery. Fly over my city, little Swallow, and tell me what you see there.’




So the Swallow flew over the great city, and saw the rich making merry in their beautiful houses, while the beggars were sitting at the gates. He flew into dark lanes, and saw the white faces of starving children looking out listlessly at the black streets. Under the archway of a bridge two little boys were lying in one another’s arms to try and keep themselves warm. ‘How hungry we are!’ they said. ‘You must not lie here,’ shouted the Watchman, and they wandered out into the rain.
Then he flew back and told the Prince what he had seen.
‘I am covered with fine gold,’ said the Prince, ‘you must take it off, leaf by leaf, and give it to my poor; the living always think that gold can make them happy.’
Leaf after leaf of the fine gold the Swallow picked off, till the Happy Prince looked quite dull and grey. Leaf after leaf of the fine gold he brought to the poor, and the children’s faces grew rosier, and they laughed and played games in the street. ‘We have bread now!’ they cried.
Then the snow came, and after the snow came the frost. The streets looked as if they were made of silver, they were so bright and glistening; long icicles like crystal daggers hung down from the eaves of the houses, everybody went about in furs, and the little boys wore scarlet caps and skated on the ice.



The poor little Swallow grew colder and colder, but he would not leave the Prince, he loved him too well. He picked up crumbs outside the baker’s door where the baker was not looking, and tried to keep himself warm by flapping his wings.
But at last he knew that he was going to die. He had just strength to fly up to the Prince’s shoulder once more. ‘Good-bye, dear Prince!’ he murmured, ‘will you let me kiss your hand?’
‘I am glad that you are going to Egypt at last, little Swallow,’ said the Prince, ‘you have stayed too long here; but you must kiss me on the lips, for I love you.’
‘It is not to Egypt that I am going,’ said the Swallow. ‘I am going to the House of Death. Death is the brother of Sleep, is he not?’
And he kissed the Happy Prince on the lips, and fell down dead at his feet.
At that moment a curious crack sounded inside the statue, as if something had broken. The fact is that the leaden heart had snapped right in two. It certainly was a dreadfully hard frost. Early the next morning the Mayor was walking in the square below in company with the Town Councillors. As they passed the column he looked up at the statue: ‘Dear me! how shabby the Happy Prince looks!’ he said.
‘How shabby indeed!’ cried the Town Councillors, who always agreed with the Mayor, and they went up to look at it.
‘The ruby has fallen out of his sword, his eyes are gone, and he is golden no longer,’ said the Mayor; ‘in fact, he is little better than a beggar!’
‘Little better than a beggar’ said the Town councillors.
‘And here is actually a dead bird at his feet!’ continued the Mayor. ‘We must really issue a proclamation that birds are not to be allowed to die here.’ And the Town Clerk made a note of the suggestion.



So they pulled down the statue of the Happy Prince. ‘As he is no longer beautiful he is no longer useful,’ said the Art Professor at the University.
Then they melted the statue in a furnace, and the Mayor held a meeting of the Corporation to decide what was to be done with the metal. ‘We must have another statue, of course,’ he said, ‘and it shall be a statue of myself.’
‘Of myself,’ said each of the Town Councillors, and they quarrelled. When I last heard of them they were quarrelling still.
‘What a strange thing!’ said the overseer of the workmen at the foundry. ‘This broken lead heart will not melt in the furnace. We must throw it away.’ So they threw it on a dust-heap where the dead Swallow was also lying.
‘Bring me the two most precious things in the city,’ said God to one of His Angels; and the Angel brought Him the leaden heart and the dead bird.


‘You have rightly chosen,’ said God, ‘for in my garden of Paradise this little bird shall sing for evermore, and in my city of gold the Happy Prince shall praise me.’


lunes, 20 de septiembre de 2010

"Avisos". / E. Galeano








De lo diarios Uruguayos de 1840, veintisiete años después de la abolición de la esclavitud:





S e vende:


-Una negra medio bozal, de nación cabinda, en la cantidad de 230 pesos. Tiene principios de coser y planchar.


- Sanguijuellas recién venidas de europa,de la mejor calidad, a cuatro, cinco y seis veinteles cada una.


-Un coche, en quinientos patacones, o se cambia por una negra.


- Una negra, de edad de trece a catorce años, sin vicios, de nación bangala.


-Un mulatillo de edad de once años, con principios de sastre.


-Esencia de zarzaparrilla, a dos pesos el frasquito.


-Una primeriza con poco días de parida. No tiene criatura, pero tiene abundante y buena leche.


- Un león, manso como un perro, que come de todo, y también una cómoda y una caja de caoba.


- Una criada sin vicios ni enfermedades, de nación conga,de edad como de dieciocho años, y así mismo un piano y otros muebles a precios cómodos.



"El libro de los abrazos" Eduardo Galeano


lunes, 13 de septiembre de 2010

Faros " La primera llama con intención de guiar"








Fotografia: Erick Ramos Faro de Nassau




" Cuando el viajero Ilustrado respira Mar,siempre pregunta por el Faro.

Y cuando lo encuentra, confirma esa estirpe silenciosa y prolija, esa belleza con luz propia"






Los faros del mundo




Desde la primera antorcha que alertaba a los navegantes sobre los peligros de los accidentes geográficos hasta el Faro de Punta Médanos, un recorrido por la historia y la ubicación de estas bellas y evocadoras construcciones.




________________________________________
Los viajeros suelen estar tan atados a convenciones y planificaciones que muchas veces dejan pasar ante sí hitos de la humanidad que aúnan historias legendarias, bellezas arquitectónicas y no poco espíritu romántico.


El Viajero Ilustrado ama los faros, lo que representan, lo que contienen, sus variadas formas y sus mitologías.


No escapa a casi nadie que la palabra faro tiene connotación de destino, de objetivo, de señal; pero como sabe el Viajero ese significante está dado por un objeto concreto, el faro. Sin embargo, la palabra no remite a ninguna de esas cosas ni siquiera al fuego original que alimentaba a esos testigos de las soledades.

La primera llama con intención de guiar y alertar a los navegantes se encendió en unos grises peñascos de la isla de Pharos, ubicada frente al puerto de Alejandría, en Egipto, y actualmente unida al continente. En su costa oriental, hacia el siglo III a.C., se levantó una torre que sostenía una fogata. Luego, por extensión, se dio ese nombre a cualquier tipo de señal luminosa que sirviera para ayudar a los navíos a esquivar los accidentes geográficos.

El llamado El faro de Alejandría, montado sobre una torre de 180 metros, estaba recubierto de mármol y su hoguera, durante la noche, podía verse a 55 kilómetros de distancia.


El fuego era alimentado con leña y resina, y según la leyenda, su constructor, Sostratos, buscó para los cimientos un material que resistiese el agua del mar, por lo que lo terminó construyendo sobre gigantescos bloques de vidrio. Hacia el 1300, el gigante se cayó y el mar devoró sus restos que aún hoy se buscan en vano.

El diseño y los materiales para la construcción de los faros dependen del sitio donde se empla zan. Deben respetar dos condiciones: una torre de soporte sólido y una altura considerable sobre el nivel del mar.

Mientras algún soñador busca o reconstruye el Faro de Alejandría, El Viajero sabe que en el extremo sur de la Argentina se erige uno de los más celebres, el renombrado Faro del Fin del Mundo, en la Isla de los Estados, y que es una réplica exacta del faro construido por la Armada Argentina en 1884, y desafectado en 1902.


Fue el primer faro de las costas australes argentinas, pero sólo brilló durante 18 años.


Funcionaba en un edificio circular, hecho de madera de lenga, pero debe su fama no a su serena belleza sino a su papel protagónico de una de las más entretenidas aventuras de Julio Verne: "El faro del fin del mundo".

La larga y accidentada costa argentina tiene una importante tradición de faros, como el de Punta Delgada, en Península Valdés, a 114 metros sobre el nivel del mar y con un alcance de aproximadamente 54 km y que hoy es un complejo turístico. También vale la pena el desvencijado pero estoico faro de Punta Médanos, cerca de las playas del Tuyú, construido en madera y chapa a finales del siglo XIX.

El faro de Chipiona, del siglo I, es el más alto de España, con 67 metros de altura y 340 peldaños y no se puede eludir el faro de Porto Pi, aún en funcionamiento, en la entrada de Palma de Mallorca. Se cuenta que cuando hace siglos se sustituyó la hoguera de madera por el aceite vegetal, los agricultores mallorquines debían contribuir al mantenimiento de la luz del faro con una determinada cantidad de aceite.

Pero sin duda lo que más disfruta El Viajero es cuando además de visitar el faro y de enseñorearse como un farero experto, puede pernoctar en él.


Esta idea, como sabe El Viajero, ya anidó en muchos soñadores, y hoy es posible, en varias ciudades secretas, dormir o deambular en una habitación acosada por los ramalazos de un mar infinito

Si bien todos los faros tienen su ganada fama, son aquellos ubicados en puntos extremos lo que concitan la atención y el mayor afecto.


El faro de Byron (en honor al marino, abuelo del escritor homónimo, que supo andar por nuestra Patagonia) señala el punto más occidental de Australia. Pero si tiene que elegir, El Viajero se extasía ante la platea privilegiada del Cape Point, en el Cabo de Buena Esperanza, donde chocan, se abrazan, se apretujan y se mezclan, como diría Oliverio Girondo, los océanos Atlántico e Indico, en la frontera más austral de Africa.

jueves, 19 de agosto de 2010

...Imaginarios sobre el Amor. II.



She´s always a Woman...





Cuando les contaba sobre Amaranta, me hablaban de Amaranta de Cortázar.

Mis fábulas eran los veranos y el mar, y mi amigo del Alma que se reía y esperaba que las leyera.

No nos dejaban ir a bailar! ... y escuchábamos nuestras canciones.


http://www.youtube.com/watch?v=D4nQB3V10i8

...Imaginarios sobre el Amor. I
















En Una Época el Amor también se "leía" aquí...










No nos dejaban ir a bailar, pero también escuchabamos sus canciones:


"Honestidad."




domingo, 15 de agosto de 2010

Había Una Vez...









El hombre que se ha perdido a sí mismo


Giovanni Papini



1



Nunca he tenido pasión por los bailes o por los disfraces, y no sé cómo dije que sí al señor Secco, que me invitó a una fiesta que daba la última noche de carnaval. La única razón, creo, fue ésta: que todos teníamos que ir vestidos con un dominó blanco y un antifaz negro y bailar sin hablar. Para ver lo que sería, fui.

¡Qué noche tan extravagante fue aquella! ¿Quién era el hombre y quién era la mujer? Encima de cada cara había un antifaz de raso, negro; sobre cada cuerpo, un holgado ropón blanco, Bailaban, creo, incluso hombres con hombres y mujeres con mujeres, y nadie hablaba. A determinada hora terminaron los bailes y todos aquellos embozados, silenciosos, comenzaron a vagar por las habitaciones alfombradas sin hacer ruido ni siquiera con los zapatos, e iban del brazo, o solos, o en grupos, sin orden, sin saber qué hacer. Aquel silencio bajo las grandes luces tranquilas de aquella multitud blanca y negra era más pavoroso que una misa de difuntos.

A mí, no acostumbrado a aquella ceremonia de saltar en pareja, el calor y la fatiga me habían producido dolor de cabeza, de manera que estaba cubierto por un sudorcillo helado y temblaba como si tuviera fiebre. Notaba una confusión, una debilidad tal, que si hubiese tenido fuerza me habría escapado en seguida. Me parecía que la sangre bajara poco a poco del cerebro, que las piernas se doblaran; sentía una opresión angustiosa alrededor del estómago y de la espalda. Estaba a punto de desmayarme, imagino, cuando, levantados los ojos para buscar la salida más próxima, se me puso delante un grandísimo espejo que iba desde el suelo hasta el techo, y tan ancho que cubría media pared. En este espejo se veían reflejados todos aquellos mascarones blancos y negros que vagaban por allí y me entraron ganas -estúpidas ganas infantiles- de mirarme, de ver qué tal estaba metido por primera vez en aquel desmañado vestido.

Miro..., remiro..., busco..., contemplo el espejo..., me asusto. Pero ¿dónde estoy, Dios mío? ¿Quién soy? ¿Cuál es mi cuerpo entre todos estos cuerpos iguales? ¡Yo ya no estoy! ¡Todos iguales, todos de la misma manera! ¿No seré capaz de encontrarme?

Estoy con la cara hacia el espejo..., pero hay otros que la tienen también en la misma dirección. Yo soy alto, pero casi todos son tan altos como yo. Me muevo para reconocerme, ¡pero casi todos se mueven a mi alrededor!

¿Dónde estoy yo, pues, entre todos ellos? ¿Dónde está mi yo entre toda esta gente extraña y silenciosa? Todos blancos con las caras negras... Yo también, como los demás..., todos iguales, todos Pero ¡yo me quiero a mí! ¡Quiero buscarme! ¡Quiero sentirme a mí mismo! ¡Verme con los demás, pero diferente, destacado de los demás! ¡Quiero verme, ser yo! Me he perdido; me he perdido a mí mismo... ¿Dónde estoy? ¡Búsquenme, encuéntrenme!...

Mientras así me afanaba se me nublaron los ojos, sentí que caía al suelo, y desde entonces, en bastante tiempo, ni supe ni vi nada más.

2



Cuando recomencé a ver y a hablar era el tercer día de Cuaresma. Me encontré en un corredor largo y blanco, metido dentro de una cama de hierro negro, en medio de varias camas negras iguales a la mía, y de las sábanas iguales y blancas asomaban rostros blancos y amarillos como el mío. También allí me busqué: al sentirme murmurar acudió un doctor vestido de blanco que me miró con curiosidad y me preguntó qué me pasaba. Le dije, en pocas palabras, que me había perdido a mí mismo en una fiesta y que quería encontrarme lo más pronto posible. El doctor, como es costumbre de esas bestias presuntuosas, sonrió cortésmente, me recomendó que estuviera tranquilo y me dijo que me contentaría. Sin embargo, sabía perfectamente que no había creído una palabra de cuanto le había dicho y, dentro de mí, comencé a pensar en la manera de salir de aquellas sábanas blancas y de aquella cama negra.

Al día siguiente vinieron otros doctores y, todos de acuerdo, dijeron que estaba fuera de mí. Era verdad, pero no como lo entendían ellos. Me había perdido a mí mismo, no la razón. Esta razón no era la mía, porque la mía la había perdido junto a mí mismo, pero era una razón y, por tanto, no estaba loco. Tanto es así, que entendía lo que decían y respondía, sin equivocarme, a sus preguntas. Pero de nada me sirvió con aquellos bobos obstinados.

¿Y entonces? Pensé escapar y, dicho y hecho, después de dos días de aquel sufrimiento, a la hora en que venía la gente de fuera para ver a los enfermos, me confundí con otros y salí a una plazoleta soleada que reconocí en seguida. La primera cosa que hice fue ir a casa de aquel señor Secco, que me había invitado a la fiesta, esperando que me encontraría allí, en aquella habitación. Llego, doy un tirón de la campanilla, y viene a abrirme un muchacho que no me quería conocer. Le di un empujón y pasé. El señor Secco estaba tumbado en una mesa y dormitaba, pero se despertó al oír ruido, saltó, agarró un bastón que tenía siempre cerca y, en cuanto me reconoció, me hizo un montón de caricias, se congratuló conmigo por el peligro de que había escapado, me dio de beber y escuchó muy serio mi narración. El señor Secco no es un doctor y por eso no dudó de lo que me había ocurrido. Es más, me acompañó por toda la casa para convencerme de que yo no me había quedado allí la noche de la fiesta. Así, pues, ¡me había perdido en algún otro sitio!


¿Quién podía saberlo? Pregunté al señor Secco los nombres de todos los que habían ido a su baile y él me dio la lista sin hacerse rogar. ¡Qué amable y servicial estaba aquel día! Del señor Secco nunca he tenido ocasión de quejarme, ni entonces ni después.

Salí de su casa un poco consolado, pero no contento. ¿Dónde podía haber ido a parar? Me acordé de aquel alemán -de Pedro Schlemil- que había vendido su sombra y la iba buscando por el mundo. Pero él no había perdido casi nada comparado conmigo, que había perdido el alma, el cuerpo, ¡todo!

Vagué por la ciudad hasta la noche, y miraba a la cara de todos los que encontraba para reconocerme, y todos me miraban mal, y nadie era yo.


Fui a casa de aquellos que habían estado conmigo en aquella maldita fiesta de las máscaras blancas. Pero uno estaba fuera; otro no me dejó entrar; el tercero me trató mal; el cuarto quería llamar a la Policía para que volvieran a llevarme al hospital; el quinto me dio la dirección de un médico; el sexto me aconsejó el uso del agua fría; el séptimo me hizo un gran recibimiento, pero no quiso ni oír hablar de mi pena; el octavo negó que hubiera estado en el baile; el noveno admitió que había estado, pero no se acordaba de nada; el décimo estaba enfermo y no hizo otra cosa que desahogarse conmigo sobre la inutilidad de los purgantes; el undécimo se acordaba perfectamente de la fiesta y me dijo que estaba en la sala cuando vio caer como muerta a una máscara, pero no sabía otra cosa sino que aquel desvanecido no era él; el duodécimo palideció cuando le hablé del baile y sacó la bolsa ofreciéndome dinero; el decimotercero...

¡Qué importa el decimotercero! Fueron todas visitas inútiles y palabras perdidas. Y cuando, por la noche, volvía hacia casa, me desesperaba y preguntaba continuamente en voz baja: ¿Dónde estoy? ¿Qué haré para reencontrarme?

3

¡Cuánto me busqué también los demás días! Entré en cien cafés; pasé las noches en diez teatros; tomé parte en demostraciones políticas; asistía a los sermones de Cuaresma; me hice invitar a comidas y recepciones; fui a las clases de la Universidad; me mezclé con la gente de los paseos; pasé horas enteras en la ventana, o quieto en la acera junto a una esquina; miré y escruté miles y miles de caras, seguí a miles y miles de hombres, siempre con la esperanza de reencontrarme y la desesperación de no reconocerme.



Se me ocurrió imprimir unos manifiestos con la descripción exacta de cómo era antes de perderme, y aquello sí que fue grande. Al cabo de un día que los avisos estaban en las paredes, me atraparon tres o cuatro tipos que decían: «¡Es éste, es éste!» Y así gritando me llevaron a mi casa. Golpearon la puerta, tocaron el timbre, llamaron, pero nadie respondió. Yo no tenía ni familia, ni criada, y en casa no había nadie. Al fin, indignados, me dejaron.

-¡Maldito tú y quien te busca!

-Pero ¡qué buscar! Esta es una burla de algún señor extravagante. ¡Los hombres no se pierden como los perros!

Estábamos ya casi al final de la Cuaresma y todavía no tenía ningún indicio de mí, y cada hora que pasaba era una esperanza menos. Sentía que viviendo de aquella manera, con aquel deseo, con aquella congoja, me volvería loco de verdad, y no veía la manera de salir de todo eso. Pasaba el día mirando y espiando a la gente, y los ojos me salían de la cara a fuerza de mirar; me había crecido la barba; me había vuelto seco, amarillo, espantoso. Cuando pasaba por delante de un espejo, volvía los ojos a otra parte para no verme. Me daba cuenta de que los hombres, las mujeres, y especialmente los niños, se reían a mis espaldas, y alguna vez incluso a la cara. Muchos caballeros me preguntaban, con aire piadoso, si me encontraba mal. Una vez, una viejecita me regaló algunas pastillas, elogiándolas mucho.

Pero no estaba enfermo, no. ¡Me quería a mí mismo! ¿Qué había de malo en ello? Todos los hombres quieren estar bien. Cada uno se posee a sí mismo: nadie puede ser privado de sí mismo. ¿Por qué aquella imposible, inaudita desgracia me había sucedido precisamente a mí?


¿Qué había hecho para merecerla? ¿Acaso porque había ido a aquella estúpida fiesta? ¿Y los otros, entonces? También ellos habían ido, y habían vuelto a su casa con su cuerpo y su alma, ¡y ahora se reían a mi costa! Sin embargo, tenía que haber un medio para poner remedio a tal desgracia. Quien no muere se encuentra. Se encuentra un bolso ajado, ¿y no se encontraría un hombre? ¿Qué hace el Ayuntamiento que no se ocupa de estos casos? Y el Estado, ¿no es responsable de todos los ciudadanos?

Movido por esos y parecidos pensamientos, fui una mañana al caserón del Municipio, subí al despacho del Registro Civil y pregunté a un empleado en dónde se encontraba en aquel momento Fulano de Tal, es decir, yo mismo, el yo que había perdido.


El empleado me pidió dinero, y, después de haber buscado un poco, me dijo mi dirección, ¡la dirección de mi casa! Intenté entonces explicarle que aquella había sido, en efecto, la casa de aquella persona, pero que desde hacía algún tiempo se había perdido y que precisamente por eso preguntaba en dónde podría encontrarla. Aquel ignorante no quiso o no supo entenderme; me dijo que no era posible que uno se perdiera a sí mismo y que, de todos modos, él no sabía nada más. Le contesté que la cosa era tan posible que me había sucedido precisamente a mí, y que él, como funcionario del Municipio, tenía el deber de saber dónde se encontraban todos los habitantes de la ciudad, del primero al último. No hubo manera: él empezó a gritar, yo a chillar. Llegaron sus compañeros y me echaron de allí por las malas.

Cuando estuve en los porches del palacio me dejaron, y yo, en lugar de escapar, empecé a pasear arriba y abajo, furioso, esperando a que saliera alguien que pudiera darme razón. Paseando de esta manera, a lo largo de la pared, me llamó la atención un gran cartel que tenía escrito arriba: Objetos perdidos encontrados. Me estremecí, y me puse a leerlo con cuidado: siete llaves, una cartera con tres letras, una aguja de plata, dos pares de gafas, una Divina Comedia, un bolso de señora, cinco paraguas, un dominó blanco con máscara negra...

...Sentí un escalofrío por la espalda. ¿Mi dominó? Era un indicio, ¡el primer indicio! Corrí al despacho donde guardan todas las cosas encontradas y pedí mi dominó. Di todos los detalles que me solicitaron: me enseñaron mi vestido blanco. Estaba un poco sucio por una parte, pero lo reconocí: ¡era el mío! Lo había encontrado un muchacho, el primer día de Cuaresma, por la mañana temprano, en la calle donde vivía el señor Secco. Todo contento lo lié, me metí el antifaz en el bolsillo y salí corriendo hacia casa.

¿Por qué estaba tan contento? Sin embargo, aquel maldito saco blanco había sido el motivo principal de mi desgracia y, en aquel momento, no podía verdaderamente ayudarme a encontrarme a mí mismo.

Pero, como empujado por un anhelo sin tazón, apenas llegué a casa, me lo puse nerviosamente, me coloqué la máscara sobre la cara y corrí ante un gran espejo antiguo, en el que había pintadas, hacia los ángulos, algunas descoloridas flores sentimentales.

Me miré... ¡Heme aquí! ¡Era yo! ¡Soy yo! Me había encontrado. Era yo, en persona. Yo solo. No había otros hombres a mi alrededor. El vestido blanco era mío y sentía que dentro de él estaba mi cuerpo; la máscara negra era la mía y cubría de verdad mí rostro. Me reconocí. Había vuelto. Me había atrapado a mí mismo. Reí y lloré de gozo. Me acaricié.

Pero desde aquel día no he tenido el valor de desnudarme, y estoy siempre en casa, solo, vestido con mi dominó blanco, con mi máscara negra sobre la cara, para estar seguro de no perderme nunca más...

FIN

Palabras y sangre, 1912

domingo, 8 de agosto de 2010

...a diario." O Wilde.













Elijo a mis amigos no por la piel u otro arquetipo cualquiera,
pero sí por sus pupilas.

Tienen que tener un brillo cuestionador y tonalidad inquietante.
No me interesan los buenos de espíritu ni los malos de hábitos.



Me quedo con aquellos que hacen de mí loco y santo.


De estos no quiero respuesta, quiero mi revés.
Que me traigan dudas y angustias
y aguanten lo que hay de peor en mí.

Para eso, sólo siendo locos.
Los quiero santos para que no duden de las diferencias
y pidan perdón por las injusticias.

Elijo a mis amigos por la cara limpia y por el alma expuesta.

No quiero solamente el hombro o la falda,
quiero también su mayor alegría.



Amigos que no ríen juntos, no saben sufrir juntos.
Mis amigos son todos así: mitad tontería, mitad seriedad.
No quiero risas previsibles ni llantos piadosos.

Quiero amigos serios,
de aquellos que hacen de la realidad su fuente de aprendizaje,
pero que luchan para que la fantasía no desaparezca.

No quiero amigos adultos ni estudiantes.
Los quiero mitad infancia y otra mitad vejez.



Niños, para que no olviden el valor del viento en el rostro,
y viejos, para que nunca tengan prisa.



Tengo amigos para saber quién soy.



Pues viéndolos locos y santos,
tontos y serios, niños y viejos,
nunca me olvidaré que la normalidad es una ilusión imbécil.



Oscar Wilde *

sábado, 7 de agosto de 2010









Anillos de ceniza


A Cristina Campo

Son mis voces cantando
para que no canten ellos,
los amordazados grismente en el alba,
los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.

Hay, en la espera,
un rumor a lila rompiéndose.

Y hay, cuando viene el día,
una partición de sol en pequeños soles negros.

Y cuando es de noche, siempre,
una tribu de palabras mutiladas
busca asilo en mi garganta
para que no canten ellos,
los funestos, los dueños del silencio.

Alejandra Pizarnik

lunes, 5 de julio de 2010

" Pensamiento Mágico"

María Burgaz, " Había una vez".







Dice el anuncio:


"Diseño Bienvenidas"

O Regresos.


Diseño además, Exilios:

A sitios Favoritos, Exóticos; Soñados. Desconocidos.



Mi inquietud moral me impide realizarlos hacia Territorios de la Imaginación
o la locura.




Para tu circunstancia elegida, te asesoro en la Obtención/ Gestión de tus recursos.


Diseño Intervenciones a la Temporalidad en todas sus manifestaciones,


Permanentes o transitorias.

Eternizo Presente, Pasado y Futuros.


Siempre, Nunca, Alguna Vez. Alternativamente.



Inauguro un espacio al decir " Hola"

Y hablamos mientras hacemos lo que decimos








Mgeorgina Campos. (c)






lunes, 14 de junio de 2010

Cumple en Face ( CreActivas)

Gracias por compartir!!! :)

lunes, 7 de junio de 2010

Lado B


Lado B




" CADA ciudad es un montón de piedras y de sueños...

http://www.youtube.com/watch?v=LhDXafbLGFc

Canta La Catalina.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Fútbol a sol y sombra





"Las páginas que siguen están dedicadas a aquellos niños que una vez,hace años, se cruzaron conmigo en Calella de la Costa. Venían de jugar fútbol, y cantaban:


Ganamos, perdimos,
igual nos divertimos. "
Eduardo Galeano.





El Hincha


Clik sobre la imágen para ampliar




















































domingo, 25 de abril de 2010

"Efecto Mariposa" ll

Mural de "El Niño de las pinturas" España.
"...El mundo está oscuro,: ilumina tu parte"



El "efecto Mariposa" es un concepto que hace referencia a la noción de sensibilidad a las condiciones

iniciales dentro del marco de la teoría del caos. Dadas unas condiciones iniciales de un determinado

sistema caótico , la mas mínima variación en ellas puede provocar que el sistema evolucione en formas

completamente diferentes. Sucediendo así, que una pequeña perturbación inicial, mediante un

proceso de amplificación,podrá generar un efecto considerablemente grande.




Comunicación, Cultura y Cambio social: Retos y Rutas


" Hay oportunidades,: la primera es la que abre la digitalización, las redes, posibilitando la puesta en un lenguaje común de datos, textos,músicas, imágenes, lo que viene a desmontar la vieja economía racionalista del dualismo que opuso durante siglos en Occidente , lo ininteligible a lo sensible, la razón a la Imaginación,o la Ciencia al Arte.


Hoy día las Redes,son el lugar donde acaba la famosa y tramposa división del cerebro en un cerebro izquierdo y un cerebro derecho,un cerebro para pensar, y un cerebro para placer.


La segunda oportunidad es la configuración de un nuevo espacio público en y desde las redes,
a través de los movimientos sociales.

Las redes están posibilitando un espacio nuevo de ciudadanía.

LAS DINÁMICAS SOCIALES de cada grupo construyendo su modo de estar en el mundo.



...pero hablemos entonces de la BRECHA SOCIAL y LA PALABRA CLAVE SIGUE SIENDO : ACCESO.



...esto afecta a lo que entendiamos por producción de conocimiento, no solo a las tecnologías, a lo que entendíamos por Enseñar / Aprender, por Prácticas culturales."


..." Cuando uno ve esta nueva América Latina que teje cada vez más un espacio de intercambio de experiencias,

que teje cada vez más un lugar de encuentro
uno se da cuenta como el optimista y el pesismista ante el vaso por la mitad.

Y hay que tomar partido
Yo hace mucho tiempo sigo el consejo de Borges y es que lo único que nos queda a los humanos de humano es la esperanza"


Ponencia de Jesús Martín Barbero para la Cuarta Conferencia Internacional de Comunicación Social.